No siendo nortino, pero atraído siempre por el silencioso misterio que envuelve la árida pampa salitrera, plena de historia, sudor, sacrificios y hechos heroicos en tiempos de paz y de guerra, he tenido la suerte y el privilegio de recorrer sin prisa, a través de los años, muchos de los innumerables y escondidos rincones del desierto más seco del mundo. Durante uno de estos periplos nortinos el destino me llevó en febrero de 1968 a detenerme en Tocopilla, puerto minero en el cual tuve la suerte de encontrar a Bruno Rositto, colega en el hobby de la radioafición, quién en la oportunidad me relató el interesante testimonio que hoy me permito compartir.
La historia se remonta a la época en que las oficinas salitreras pagaban temporalmente a sus proveedores con fichas que más tarde eran canjeadas por dinero en efectivo y comienza cuando aún estaba en auge la explotación del nitrato; por entonces, el padre de Bruno tenía en Tocopilla una especie de Pulpería que, como muchas otras, surtía de elementos varios a las oficinas salitreras del sector.
Todas las mercaderías y diferentes elementos y productos necesarios para abastecimiento y subsistencia de Tocopilla y alrededores llegaban principalmente procedentes de Antofagasta, puerto con el cual las comunicaciones vía terrestre eran bastante más que precarias, al extremo que todo el trasporte se realizaba vía marítima, mediante barcazas remolcadas y pequeñas naves de cabotaje. Como este sistema de transporte resultaba muy lento, engorroso y no exento de riesgos, de naufragios y otros, el progenitor de Bruno decidió durante los años 30 abrir una nueva y permanente ruta por tierra, que permitiera la recepción de las mercaderías y demás elementos en forma más rápida y al resguardo de los riesgos propios del precario transporte marítimo existente.De este modo se preparó un viejo camión similar a los ruidosos vehículos que por esos años solía utilizar en Santiago la Molinera San Cristóbal, los cuales eran marca Saurer, tenían llantas macizas, focos de iluminación a carburo, freno de palanca sólo en las ruedas traseras y transmisión a cadena.
El padre de Bruno procedió a cargar el camión con agua, alimentos y combustible suficiente para un largo viaje, junto a una fragua, carbón y yunque, palas, chuzos, cuerdas y otra serie de herramientas propias de la minería y, acompañado de su hijo Bruno, que por entonces era de corta edad, más un grupo de pampinos, hombres conocedores de la zona, emprendió rumbo al sur una aventura de aproximadamente 270 áridos y solitarios kilómetros, remontando las empinadas cuestas del litoral que le permitirían alcanzar la elevada pampa a través de la cual intentaría llegar a Antofagasta por la parte alta, puesto que una eventual ruta por la costa tropezaba con diversos accidentes geográficos, prácticamente imposibles de sortear en tales circunstancias. |
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La ausencia de caminos definidos hacía que la marcha resultaba lenta y dificultosa, puesto que las múltiples huellas existentes en la pampa eran apenas apropiadas para el cansino tranco de mulas y caballos, y cuando la luz del día comenzaba a escasear, se acampaba por las noches donde mejor se podía. En tales circunstancias, tal como decía el poeta Machado, allí literalmente “se estaba haciendo camino al andar...”.
De pronto en un lugar de la seudo ruta, los viajeros toparon con una suave pero importante hondonada imposible de esquivar, por lo que no quedó otra alternativa que primero descenderla con el camión hasta el fondo para luego tratar de remontarla del otro lado hasta salir de ella. El descenso en cuestión no representó mayor dificultad, sin embargo ocurrió que la falda ascendente de la hondonada era arenosa, por lo que al intentar subirla, las ruedas del camión patinaron para luego definitivamente enterrarse en la arena inmovilizando al vehículo totalmente en el lugar.
Todos los esfuerzos del grupo por tratar de desatascar al pesado camión de tan complicada situación, resultaron estériles. El peso era mucho, la pendiente muy empinada, el suelo era arenoso y las energías de los esforzados exploradores definitivamente resultaban insuficientes. Algo semejante en medio del desierto, a enorme distancia de cualquier lugar poblado y sin comunicaciones ni ayuda posible, resultaba más que preocupante y la expedición corría el grave riesgo de llegar a su fin con resultados muy poco deseables.
Es en circunstancias similares cuando, empujada por el instinto de conservación, se estimula en extremo la imaginación y afloran decisiones salvadoras inimaginables en otras circunstancias, y así felizmente ocurrió en esta ocasión. |